Fue en una noche de un mes que solo recuerdo que era calurosa, de
aquellas en que el mínimo movimiento te hace sudar y te hace sentir
abochornado, cuando me atreví a decirte, dónde estás que mi cuerpo arde en
deseos de estar contigo, el tráfico en la calle era atroz, los automóviles
estaban deambulando por toda la ciudad como locos, como presagiando un
encuentro insostenible. Te llamé una y otra vez, la primera no terminé y colgué
la bocina del teléfono, en la segunda no sé qué pasó y durante la tercera me
contestaste y escuché tu voz que invitaba a estar contigo, sin embargo tenía miedo, no sabía
cómo reaccionar, si con timidez o con confianza, lo que sí sabía es que lo
tenía que hacer y quería hacerlo; pero
hacer qué, ni yo lo sabía con exactitud, el día y el momento había llegado y
estaba decidido y no hay que ir para atrás.
Te esperé con impaciencia, con el cuerpo limpio pero por más
que me bañaba sentía que algo no estaba bien en mí, entonces pensé, culpable
somos todos alguna vez en la vida y si es con goce mejor. Mi cuerpo desnudo
estaba listo para mirar tu llegada y sentir la emoción de lo prohibido, lo que
no debía ser pero era una realidad en ese instante.
Sonaron dos golpes en la puerta y lo inevitable estaba a
punto de suceder, tu presencia me tranquilizó, pues hubo acercamiento,
confianza, afecto, cariño y amistad, al menos así parecía y mi cuerpo vibrante
así lo sentía. Te saludé, me respondiste, te quise y me quisiste, te amé y me
mostraste amor, el éxtasis llegó, y como llegó se fue para perderse en el manto
de la misteriosa noche que actuaba como cómplice entre dos amantes. Tu rostro
no lo olvido nunca, dulce, cariñoso, sutil y agradable, era como sacado de una
revista que se puede adquirir en la esquina.
Algo que nunca dejaré de reconocer, era el respeto que
siempre me demostraste, la diferencia que marcaste entre tú y yo, entre el yo y
el tú, nunca serán lo mismo, y eso es muy importante en una relación cualquiera
que fuera, aunque prohibido. El respeto y la confianza son valores inalienables
en una relación, por eso te recuerdo como algo bueno en mi vida, no me
arrepiento de haber cruzado la frontera entre lo mío y lo no mío pues está
guardado en un rincón de mi alma, no sé en qué parte, pero sé que está allí.
Entre lo prohibido y lo permitido solo está un paso, unos no
dan ese paso, pero viven eternamente ansiosos por darlo, otros lo dan y dicen
que no para seguir guardando una imagen hipócrita de pulcritud engañosa, como
si el vecino no supiera lo que el otro hace, y otros lo dan y quieren
contárselo a todo el que se atraviese en su camino como pensando que eso los
hará mejores en comparación con sus iguales. Yo ni doy el paso, ni lo guardo,
ni lo cuento, solo sé que el placer es parte del hombre mismo, el hombre nació
por placer y vivirá con el hasta siempre, mientras la corporalidad como espacio
del ser exista, lo prohibido y lo permitido estará cubriéndolo para su
felicidad.
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