Sí, efectivamente brota, nace, surge de las entrañas de la madre que nos protege, cuida, cobija en su vientre, y cuando llega el momento en que el nuevo ser vea, palpe, sienta y goce de una manera radical, y repentina este mundo, el de los sufrimientos pero también de los placeres, no hay sensación más sublime, enternecedora y placentera, que un padre vea nacer a su hijo. Ese ser que proviene de él, es él mismo combinado con la persona que él ha querido que fuera la otra parte, su complemento.
Cuando nació mi primer hijo, aquel que tanto deseamos tener, al que tanto tiempo, esperamos su llegada y que al final de la espera, se hizo realidad, sentí que yo era el hombre más feliz sobre la tierra, al fin había cumplido con uno de mis sueños, el de trascender a través de otro ser. Al ver la carita de ese niño, tan tierno, tan inocente, toda pureza, originalidad, principio, dije para mí; la vida es bella, porque bello es su origen; el nacimiento de un ser, pues con él la vida también surge, como brota una flor, como el sol sale todos los días al amanecer.
El tiempo pasó y disfrutaba de mi hijo quizá más, yo a él que él a mí. Atravesar en el papel de padre es una realización plena del hombre, sólo así entenderás a tus padres, los comprenderás, esa búsqueda de saber qué es esa relación de padre a hijo, esa duda se resuelve en el transcurrir de esa misma relación no se puede entender desde fuera, sino sólo en ti y para tí.
Pensé, ya sentí la emoción mas fuerte de mi vida pues ya soy padre, grande fue mi sorpresa cuando al pasar de los años nace mi segundo hijo, una pequeña damita hace acto de presencia en el espacio familiar con ella se consolidan los lazos de unión familiar. Pero lo más sorprendente es que esa sensación de ver a ese nuevo ser en casa, ese goce placentero de ver por primera vez ese rostro pintado de ingenuidad, de ternura, de limpieza, lo vuelvo a percibir en mi cuerpo, dentro de mí, con una fuerza con tal intensidad incomparable que sentía escalofríos de gusto. Nada se parecía a lo que estaba sintiendo y me pregunto entonces qué es la vida, porqué nacemos, a qué venimos a este mundo terrenal porqué si la llegada se viste de belleza que es el nacer, lo demás está tan lleno de vicisitudes, las preguntas se agolpan en mi mente, son muchas pero las respuestas son escasas y poco convincentes, pero eso no era lo más importante, sino descifrar la belleza del nacimiento de ese ser, de esa niña que irrumpe en mi vida, lo único que hago es tomarla como esa mitad que me hacía falta, es decir hacerla parte de mí y gozar de su presencia.
Pero entonces sucede algo inesperado, el aviso de una tercera llegada me sacude desde dentro y me pregunto qué sentiré, será más o menos esa sensación ya experimentada en dos ocasiones, debo ser honesto al decir que no le dí demasiada importancia. El momento llegó, como todo buen padre procuró lo necesario, todo confundido, pero yo era el responsable y no era posible transmitirle esa encomienda a otra persona. Al oír ese llanto que había escuchado con tanta emoción en dos ocasiones anteriores el cuerpo me vibraba de emoción que no alcanzaba a comprender qué me pasaba, quería, gritar, llorar y reír pero no podía hacer ninguno y al ver ese rostro infantil envuelto en un pañal, las imágenes anteriores se hicieron presente en mi mente, esos segundos y minutos de intenso placer se repiten una y otra vez, entonces comprendí que lo que yo sentía cada vez que veía nacer a mis hijos no es otra cosa que, el placer que nos da la belleza del nacimiento el origen de la vida, ese momento que no tiene comparación en otras acciones humanas, es la belleza de la vida misma, es el momento que nos perpetúa, y terminamos en comprender, que las veces que experimentemos un nacimiento, siempre sabremos el significado del principio de la vida, el momento crucial de todo ser, es cuando la vida brota, por él, en él y para él