Estaba solo en medio de la
enorme ciudad, que sentía que me devoraba y un escalofrío me recorría el
cuerpo, pues era una fría mañana, a pesar de todo parece que era lo que
buscaba, enfrentarme al monstruo construido por otro igual, es decir el hombre
y dentro de ella, su creador se encuentra impávido y en cierta medida
imposibilitado, sino solo para recorrer sus entrañas para ver qué le depara el
destino.
Decidido aún, llego hasta donde quería llegar, el
lugar donde el hombre guarda sus memorias, sus imágenes, sus ideas, en otras
palabras sus épocas; un museo, el lugar ideal para conocer cómo fueron los que
nos antecedieron y qué posible rumbo puede tener las siguientes generaciones de
hombres y mujeres que componen la sociedad. Al ir recorriendo cada una de las
salas, mirando las obras, verdaderamente dominantes, esplendorosos que
parecieran estar dentro de nosotros, mi mente volaba retrospectivamente hasta
ubicarme en épocas pasadas, de ahí que, la historia plasmada de esta manera
podría servir tan solo para conocer nuestro pasado visualmente, pero
difícilmente para hacernos cambiar de idea para tener un futuro en condiciones
de vida mejor que lo que aquellas imágenes reflejaban, ya que esas tan solo
eran representaciones ópticas de un cierto grupo selecto de la sociedad; los
artistas. Los que no lo son dónde quedaron a dónde se han ido, sino atrapados
en los confines de esa misma historia que desgarra abruptamente los espacios
sociales con todos los que habitan en ella.
Sin embargo no deja de ser interesante una visita de
esta naturaleza que nos hace volar unos instantes y reflexionar acerca de la
producción humana.
Un día agotador sin duda, después de caminar y caminar
hasta casi arrastrar los pies que golpea en las frías banquetas negras de la
ciudad, muchas de ellas llenas de basura para no dudar ni un instante de lo que
el hombre es capaz de producir nocivamente, platicar con el taxista, con el
hombre descuidado de la banqueta para pedir informes, llenarse de imágenes,
realizar compras mínimas, sobre todo de lo desconocido; el día declina y yo
pegado a él, la noche llega para envolverme con su misterio negro, como su
alma. Durante todo este viaje citadino, el silencio fue mi más fiel
acompañante, mi confesor y mi amigo, como él no hay otro, ya que no pide nada a
cambio, solo se da, se entrega y ofrece lo que todo hombre necesita de vez en
cuando; tranquilidad, quietud, sobriedad, pero sobre todo, espacio para pensar.
Lo que tanta falta hace en estos tiempos, lleno de agresividad, violencia,
exclusión y dominio de unos sobre otros; signos de una sociedad desgastada
desde sus entrañas, y que requiere ser recompuesta para salvarnos a nosotros mismos
y ese ciclo vital de la historia cumpla con su cometido; lo que empieza
termina.
Mis manos tiemblan como no queriendo decir más por
temor al que dirán, pero dentro de mí, algo me dice que hay mucho por hablar,
dejémoslo al tiempo que dirá cuándo y al espacio, que dirá dónde.
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