martes, 30 de diciembre de 2014

LA CIUDAD Y UN ALMA SOLITARIA




Estaba solo en medio de la enorme ciudad, que sentía que me devoraba y un escalofrío me recorría el cuerpo, pues era una fría mañana, a pesar de todo parece que era lo que buscaba, enfrentarme al monstruo construido por otro igual, es decir el hombre y dentro de ella, su creador se encuentra impávido y en cierta medida imposibilitado, sino solo para recorrer sus entrañas para ver qué le depara el destino.
Decidido aún, llego hasta donde quería llegar, el lugar donde el hombre guarda sus memorias, sus imágenes, sus ideas, en otras palabras sus épocas; un museo, el lugar ideal para conocer cómo fueron los que nos antecedieron y qué posible rumbo puede tener las siguientes generaciones de hombres y mujeres que componen la sociedad. Al ir recorriendo cada una de las salas, mirando las obras, verdaderamente dominantes, esplendorosos que parecieran estar dentro de nosotros, mi mente volaba retrospectivamente hasta ubicarme en épocas pasadas, de ahí que, la historia plasmada de esta manera podría servir tan solo para conocer nuestro pasado visualmente, pero difícilmente para hacernos cambiar de idea para tener un futuro en condiciones de vida mejor que lo que aquellas imágenes reflejaban, ya que esas tan solo eran representaciones ópticas de un cierto grupo selecto de la sociedad; los artistas. Los que no lo son dónde quedaron a dónde se han ido, sino atrapados en los confines de esa misma historia que desgarra abruptamente los espacios sociales con todos los que habitan en ella.
Sin embargo no deja de ser interesante una visita de esta naturaleza que nos hace volar unos instantes y reflexionar acerca de la producción humana.
Un día agotador sin duda, después de caminar y caminar hasta casi arrastrar los pies que golpea en las frías banquetas negras de la ciudad, muchas de ellas llenas de basura para no dudar ni un instante de lo que el hombre es capaz de producir nocivamente, platicar con el taxista, con el hombre descuidado de la banqueta para pedir informes, llenarse de imágenes, realizar compras mínimas, sobre todo de lo desconocido; el día declina y yo pegado a él, la noche llega para envolverme con su misterio negro, como su alma. Durante todo este viaje citadino, el silencio fue mi más fiel acompañante, mi confesor y mi amigo, como él no hay otro, ya que no pide nada a cambio, solo se da, se entrega y ofrece lo que todo hombre necesita de vez en cuando; tranquilidad, quietud, sobriedad, pero sobre todo, espacio para pensar. Lo que tanta falta hace en estos tiempos, lleno de agresividad, violencia, exclusión y dominio de unos sobre otros; signos de una sociedad desgastada desde sus entrañas, y que requiere ser recompuesta para salvarnos a nosotros mismos y ese ciclo vital de la historia cumpla con su cometido; lo que empieza termina.
Mis manos tiemblan como no queriendo decir más por temor al que dirán, pero dentro de mí, algo me dice que hay mucho por hablar, dejémoslo al tiempo que dirá cuándo y al espacio, que dirá dónde.

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